2 de abril de 2009

No se puede vivir del amor... ¿Eh?

(A M.).


P. encendió la tele y escuchó uno de esos diálogos pseudo-filosóficos y cuasi-románticos:

- ¿Vos estás enamorado de mi?

- No.

- ¿¡Cómo que no!? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

- No existe el amor.

- ¿Eh?

- No, sólo Dios puede amar.

- ¿Y qué es lo que yo siento por vos?

- No tengo idea. Si no sabés vos... Pero seguro que amor no es.

- Y vos, ¿Qué sentís por mí?

- No sé, qué sé yo. La paso bien con vos. Estoy cómodo, como que soy feliz al lado tuyo...

- Bueno, entonces me amás.

- No, te estoy diciendo que no se puede. El amor humano es interesado y yo estaría con vos porque consigo la calma y la felicidad.

- Pero a la vez te esforzás para hacerme feliz.

- No me esfuerzo, sale sin querer. Además es como un toma y daca, como un "do ut des": Te doy para que me des. Una figura perfectamente contractual. Si vos no fueras feliz, no estarías conmigo, si vos no estarías conmigo, yo no sería feliz. Por lo tanto, te hago feliz, para que estés conmigo y para de esa formar ser yo feliz. Un círculo perfecto...


P. apagó el televisor. "Qué estupidez", pensó.


Es lógico y muy cierto que el amor humano es como un átomo frente al de Dios que es más que toda la materia; como un párrafo frente a toda una biblioteca, como un paso frente a una maratón. Pero eso no quita que sea bueno e infinitamente noble. Tampoco "cabe hablar (...) de una perfección absoluta de la caridad acá en la tierra, ya que siempre puede crecer o desarrollarse más."[1]


Pero el amor humano puede ser desinteresado, enormemente desinteresado. Como era el de Don Quijote por Dulcinea: "¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a las sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que solo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?"[2]

Gran amor tenía el caballero de la Triste Figura, quien luchó hasta con molinos de viento, por un amor que poco sabía si era correspondido. Amó, amó hasta la locura, sin esperar nada a cambio. Amó en vano, en vano para los cuerdos. Porque los locos comprendieron que no era uno más, y que su legado perduraría, por lo menos por quinientos años.



Pero el amor humano puede ser desinteresado, eternamente desinteresado. Rodión Romanovitch Raskolnikov cometió un crimen voraz, mató.[3]

Sin embargo nunca nadie pudo probar el delito. Porque el azar así lo dispuso, nunca nadie pudo incriminarlo: Ninguna prueba estuvo cerca de generar sospecha sobre él. Incluso un inocente fue encontrado culpable, de modo tal que él podía seguir con su vida como si nunca hubiera ocurrido nada.

Pero algo lo llevó a confesar, algo que le hizo pasar ocho años de trabajo forzado en Siberia. Algo que lo aferró a la eternidad y que lo alejó de la muerte: El amor a la Verdad. Él no pagó sus culpas, las expió. No lo venció la culpa, sino que el venció el horror y se liberó de las ataduras.


Pero el amor humano puede ser desinteresado, increíblemente desinteresado. José fue maltratado y vendido por sus hermanos en Egipto. Todo por ser el hijo preferido de su padre. La envidia, los cegó e incluso los llevó a mentir a su padre porque querían su atención sólo para ellos.

Pero José creció y Dios estuvo con él. El tiempo lo encontró con el Faraón arrodillado: "Tú serás quien gobierne mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá; sólo por el trono seré mayor que tú".[4]

Agobiados por el hambre, sus hermanos fueron a buscar comida a Egipto y se encontraron con José a quien no reconocieron, pero él si los reconoció. Fue grande su magnanimidad, porque los perdonó y se alegró de verlos y más que nada se alegró de que hubieran cambiado y que ya no desearan su propio bien antes que el de su padre. Nada obligaba a José, sólo el amor.


Pero el amor humano puede ser desinteresado, inefablemente desinteresado. Maximiliano Kolbe fue llevado a un campo de concentración.

Un día un preso escapó y la norma indicaba que ante un prófugo, diez prisioneros debían morir. Kolbe no fue elegido, pero si lo fue un polaco que llamó su atención por las lamentaciones que profería, porque perdería la posibilidad de volver a ver y cuidar de sus hijos y su esposa. El Padre Kolbe no dudó y dijo en voz alta: "Yo me ofrezco para sustituir a este hombre, soy sacerdote católico y polaco, y no soy casado."

Murió luego de una inyección de fenol. Había soportado más de tres semanas sin alimento ni bebida.

Kolbe no eligió el martirio para lograr la felicidad en el cielo, su felicidad es anterior, se encuentra en el mismo sacrificio. No hay amor más grande que dar la vida por el propio amigo"[5]




[1] Marín, Antonio; Teología moral para seglares; ed. BAC; 1979; p.265.
[2] Cervantes, Miguel; El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha; primera parte; cap IX.
[3] Dostoyevski, Fédor; Crimen y Castigo.
[4] Gn. 40, 41.
[5] Jn. 15, 13.

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