27 de septiembre de 2008

En el largo plazo todos estaremos muertos... ¿Y qué?


Juan Martín juega con la tierra. Llena su autito de polvo, lo empuja, lo patea. No se hace problema porque su regazo esté todo sucio y por el tono de enojo de su mamá. Realmente no se da cuenta de como pasa el tiempo. Quizás podría quedarse en el parque jugando hasta caer dormido...

Está sumamente concentrado hasta que de la cancha de atrás aparece una pelota de fútbol. Se mueve tan despreocupada como él. Inmediatamente Juan Martín se levanta y empieza a enfilar hacia ella, corriendo grotescamente como cualquier nene. Ya no importa el autito. Es más, parece que nunca ha existido. Dos segundos más tarde el dueño de la pelota la busca y vuelve a la cancha. Juan Martín amaga a llorar, pero enseguida recuerda a su autito. Lo busca, no lo encuentra. Y ahora si llora, es que con tanta tierra se olvidó que el mismo lo había escondido. El lamento es ensordecedor, parece que el nene realmente no puede parar de sufrir, hasta que su mamá se apiada y exhuma el dichoso juguete y se lo alcanza. "Yo te lo doy pero dejá de ensuciarte". Poco caso hace Juan Martín quien comienza a volver a llenarlo de tierra exactamente como antes lo hacía.




Poco le alarma lo que va a venir. Podemos decir que casi no tiene conciencia de eso. Nada le inquieta, vive el momento como si fuera lo único. No hay forma de hacerle observar un antes y un después. Pero seguramente un día crecerá, y comenzará a ser una persona adulta a la cual no le interesarán los autitos y se preocupará por algo más que lo efímero del momento.

Ahora bien, creemos que es normal encontrar a muchos otros Juan Martín en plazas y parques, con sus mamás cansadas de tanto renegar, o quizás en el súper agarrando toda caja de cualquier góndola, tirándola con fuerza y sin escuchar nada de lo que le dicen, o levantando porquerías del suelo, llevándoselas a la boca como si fueran el manjar más exquisito sobre la Tierra.

Sin embargo, hemos observado que Juan Martín a veces está en otros lados, prácticamente es omnipresente: Lo vemos en colegios secundarios, universidades, oficinas, bares, boliches, etc. Vivimos rodeados y hasta quizás nosotros tenemos algo de él dentro nuestro.

Juan Martín es aquella persona que cada vez que elige, lo hace pensando en el ahora y no en el después. Se nos podrá decir que quien concibe su vida de esta manera, es una persona que realmente disfruta lo que hace, que no tiene preocupaciones, que no se complica y que no padece por males que son irresolubles. A esto respondemos que nada malo encontramos en el "Carpe diem", en el vivir feliz y disfrutar lo que se tiene. Entendemos que hay que conformarse con lo propio del día a día y disfrutarlo, ya que no es poca cosa. Como cualquiera, sabemos que no tiene sentido ser un loco ávido de más y más, ambicioso de todo, incapaz de llenarse con lo que se tiene, como cerdo de criadero. Nada mejor que disfrutar cada momento que Dios nos regala. Pero de esto a vivir irracionalmente, a sentir como animales, hay un largo trecho.

¿Hacia que apuntamos? ¿Qué nos molesta? Lo que Kierkegaard define como el hombre estético, el hombre mediocre de José Ingenieros. Gente que no puede ver más allá de lo que sus necesidades fisiológicas le imponen. Personas que no pueden emprender un largo viaje, porque saben que a los dos días estarían de vuelta por el esfuerzo que eso supondría. Gente que no puede mantener la mirada sin poder desconcentrarse porque cualquier cosa los hace fugarse. Personas descomprometidas con todo, inalcanzables, imposibles de agarrar. Como si fueran resbaladizas, es imposible tomarlas para dejarlas quietas para enfocarlas. Enseguida se escapan, como conejos. Gente que quizás posee las mejores intenciones del mundo, pero que a la hora de cobrar sus manos no están ajadas, ni curtidas.

Más concretamente, podemos pensar en aquellos para los cuales nada es imposible hasta que se topan con la primera complicación. Ahí creen que esto no es para ellos, que se equivocaron, que YA FUE. Este último enunciado debiera ser desterrado de la lengua. ¿Qué respuesta es esta? ¿Qué argumento posible encontramos? Nada, es igual a decir nada. Es como creer que las cosas se terminan por una cuestión de ganas. Esto nos reconduce a lo que escribimos más arriba. Si nuestros proyectos van y vienen según una cuestión de ganas y ante la primera complicación, abandonamos todo y hacemos como Juan Martín que buscamos lo próximo que brilla, olvidándonos de todo lo anterior, ¿No somos como nenes chiquitos? Lo que es peor: ¿Al haber crecido, no somos como animales?

Esto nos lleva a comenzar relaciones que no exceden lo estrictamente físico. A empezar deportes y carreras universitarias que abandonamos cuando leemos el primer texto o con la primera gota de transpiración. A considerar que más vale ser un profesional mediocre, que uno excelente, (total sólo con el título se puede vivir). A imaginar que siempre voy a ser igual y que nunca lo que tengo se va a ir. Siempre seré una persona con amigos, con gente que me pague para que pueda vivir, con mujeres u hombres que se sientan atraídos por mí.

Pero quizás un día, toda esta gente desaparezca y me quede solo, como el hijo pródigo. O quizás no, quizás siempre voy a tener la suerte de que todo lo que tengo, quede y nunca desaparezca. Pero aunque todo quede así, seguramente, aquella incertidumbre, o ausencia, aquel dolor de como que algo falta se haga absoluto, se transforme en todo, que ya no me deje y ahí me habré dado cuenta: El presente es inasible.

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