11 de mayo de 2008

Crítica de la crítica de la crítica de la crítica de la crítica de la crítica de la crítica de la crítica de la...

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Eso es lo que falta en la universidad actual y, en líneas generales, en todo nuestro sistema educativo. Similar a lo que se le echaba en cara a la edad media, aunque en otro contexto y por otras causales: Nos encontramos ante el “dogmatismo del enseñante”. ¿A qué me quiero referir cuando hablo de esto? A la creencia de que todo lo que dice el docente (o en su defecto, todo aquel que se para enfrente de los alumnos con poder para hablar y hacerlos escribir), es palabra santa. Y no hay vuelta que darle. No hay posibilidad de un pensamiento distinto; de reformular la solución a un problema, de considerar otras variantes. Nos hallamos ante una especie de endiosamiento del que transmite la información, aunque lo consideremos el primero de los perejiles; o el último de los zapallos…


Doy un ejemplo vivido en carne propia: Segundo año de derecho. Materia: Derecho constitucional. En ella se considera a la constitución como lo más grande que hay sobre la tierra. En criollo, estos son los valores del educante: Dios, mi vieja y la constitución). Sin embargo nunca se dice que fue aprobada en sólo diez días; a un promedio de diez minutos por artículo, que muchos de los personajes que aprobaron la constitución no representaban sus provincias (pilar de una ley fundamental federal) sino que habían sido puestos ahí por la mano de un presidente[1]. Y lo más grave es que cuando Alberdi, (quien idea el proyecto de la constitución que nos rige), vuelve de su exilio y ve el desorden que es nuestro país; comienza a trabajar en un proyecto de monarquía constitucional para cambiar la que regía en ese momento, que con unas reformas, sigue siendo la que todavía nos rige. Se ve que nuestra constitución no es tan buena como parecía…


Volviendo al plateo inicial: ¿Cuáles son las causas de esto? Definitivamente son múltiples. La primera que se nos viene a la mente es la del autoritarismo del profesor. Una persona malvada de pelo engominado, con bigote “hitleriano” que no soporta ni siquiera que le levanten la mano para decirle algo. Puede ser una respuesta, pero creo no equivocarme al afirmar que éstas son las menos de las veces, y que en la actualidad muchos profesores son abiertos al diálogo y a discutir las ideas.


Intuyo que muchas veces tenemos miedo de decirlo o nos ubicamos en una posición de inferioridad con respecto a la autoridad que dice lo que dice: "si" Creo que ya estamos grandes para esto. Sabemos que cualquier persona se equivoca, incluso los que están muy experimentados en el tema del que tratan.


Otra posible solución es el abarrotamiento en las aulas de clases. Esto salta a la vista, en la mayoría de las universidades públicas donde es común que la gente tenga que estar sentada en el piso. Incluso ocurre lo mismo en casas de estudio de gestión privada. Ante tamaño auditorio, no hay posibilidad de debate con el otro: No hay lugar, está demasiado lejos, no se escucha, etc.


Considero fundamental pensar en otra causa de la que nosotros como alumnos, somos totalmente culpables: La falta de interés. La misma genera mediocridad: Hacemos lo justo y necesario para sacarnos un cuatro, un seis o un diez. Pero no para pensar si lo que leemos sirve, vale la pena, es correcto, es moral, es lógico, etc. Estudiamos para aprobar el examen. Esa es nuestra meta y no otra. De más está decir que no espero que sólo vivamos para los estudios, pero creo que no es superfluo pensar, aunque sea de vez en cuando: “¿Qué onda con esto?”


Feo D.F. Sarmiento. No me cae muy bien este peladito,
pero si se levanta de la tumba y ve como
estamos se vuelve a caer, como cinco veces...


Quisiera dar algunas pruebas de porque digo lo que digo. Es decir cuál es mi sustento material para afirmar semejante dicho. Ninguna teoría es coherente si no tiene fundamentos.


En primer lugar las asistencias a los congresos que se hacen acerca de la disciplina que estudiamos no son muy concurridos por nosotros. Y para continuar tampoco son muchos los estudiantes que gastan dinero en comprar libros complementarios acerca de lo que estudian. Convengamos que las lecturas opcionales en la práctica, son sinónimos de “no las leo”.


También podemos hablar del desinterés en la clase. Muchas veces me he dado cuenta que nadie escribe nada durante la hora, hasta que el profesor dice algo así como “ESTO ES PREGUNTA DE EXAMEN”. En ese momento, rápidamente todos agarran la birome y garabatean frenéticamente lo que el docente acaba de decir. Y para no olvidarse lo remarcan con diez círculos (los varones) y con diez colores (las mujeres).


Finalmente tenemos la figura de la “autoridad en fotocopias”, con esto me refiero al hecho de abalanzarse ante la persona que sacó una copia de algo y pedírsela para hacer lo propio, aunque no se sepa si sirve o no. Todos coincidiremos que muchas veces esas hojas terminan tiradas en un cajón de los recuerdos y nunca nadie lo vuelve a leer.


¿Por qué es malo esto? Creo que cualquiera de nosotros sabe que si no hay crítica a lo que se dice, Si no se pone a prueba a los razonamientos, hay posibilidad de fallas. En realidad es casi imposible que no haya fallas. La crítica es un filtro, un colador, un decantador que según las reglas de la lógica, el sentido común y la experiencia, nos dice cuando las cosas pueden ser y cuando no. Es uno de los mejores medios, para alcanzar la verdad (que es la meta de la universidad, y no egresos de personas prediseñadas, listas para el mercado). Sin una intención de poner en tela de juicio lo que decimos, caemos en el riesgo de creer mentiras. Y tanto ustedes como yo, no tenemos ni ganas de estudiar mentiras…


Sin embargo entiendo que hay una consecuencia peor: El “autorreferencialismo”. Nos transformamos en centro y medida de las cosas. Como creemos que el profesor tiene la verdad, la adquirimos; y ahora los que nunca se equivocan somos nosotros. Por lo tanto nos consideramos infalibles, incapaces de fallar. Y no hay nada que nos transforme en más vulnerables; no sólo como personas que intentan hacer el bien con el que tienen al lado, sino también como país. Si no dudamos de lo que creemos, los que vamos a ser profesionales, que en un futuro comandaremos a este país (digo esto porque casi toda la dirigencia política siempre ha sido profesional), vamos a hacer culpables de la caída de nuestro estado y le vamos a haber fallado a demasiada gente. Hubo mucha sangre derramada como para que en este país se pueda vivir y la bandera pueda estar izada todas las mañana en cada escuela del nuestra patria. Recordemos que para la asunción de muchos de estos cargos se hace un juramento, para el cumplimiento de un deber que culmina con: “Si así no lo hiciese, que Dios y la Patria me lo demanden”. Creo que más de uno tendría que vérsela con un tribunal más que complicado y ojalá que este no sea nuestro futuro.



[1] Ver: Rosa, José María; Nos los representantes del pueblo; ed. A. Peña Lillo editor; Bs. As.; 1975.

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