24 de enero de 2009

El día que Francisco me demostró que es mucho más grande que yo...

...Y sólo con siete años.

Basado en una historia real.

Creo que se preguntarán quién es Francisco y cómo me demostró que es mucho más grande. Intentaré responder las preguntas en estas líneas...
Francisco es mi primo, hijo del hermano de mi mamá, tiene una hermana, vive en Funes. Va al colegio, juega al fútbol y al rugby, le gustan los autitos. Lo he visto portándose mal, pero son las menos de las veces. Es medio bruto, pero es lógico para la edad. En fin, un chico normal al que le fascinan las tostadas (sólo dos, con manteca y dulce de leche) y el Nesquik (tibio, aunque haga 34º).

Vamos a la historia: Resulta que la mamá de Francisco, debía trabajar toda la tarde, y tenía que traerlo a Francisco al centro. Ocurre que tuvo una fractura en la pierna y él está haciendo rehabilitación en un sanatorio. A fin de cuentas, nos lo dejó a nosotros para que lo cuidemos...

Visto y considerando que mis hermanas no estaban muy interesadas en prestarle atención, decidí que era un poco cruel dejarlo solo, enfrente de la computadora toda la tarde. Pensé que mejor era acompañarlo. Entonces ambos nos embarcamos en una aventura cibernética con juegos de gráficos pixelados y el calor húmedo de Rosario que es una marca registrada.

Me comenzó mostrando algún que otro casero, bastante bizarro, con una serie de niveles que nos pasamos entre los dos. Primero, él solo tocaba la máquina pero sobre el final, la participación era de ambos. Luego, más tarde, yo le mostré alguno clásico, para ver si se enganchaba: "Worms Armageddon", "Metal Slug" (videojuegos que marcaron mi infancia): Pero no quiso tocar el teclado. Yo le insistía en que probara, pero él muy seguro me decía que sólo quería verme a mí. Sospecho que los controles le parecían demasiado difíciles y temía decepcionarme con su manejo. No quise insistir...



Se hicieron las 5, hora de la merienda. No creo que sea necesario hablar de esto, lo hice más arriba, además no hay nada destacable. Lo interesante viene después de las tostadas...

Volvimos a esta misma máquina, desde donde tipeo estas letras. Y ahora él me volvió a mostrar un juego: ... ... ... No, definitivamente no me acuerdo el nombre. Pero era de los "Simpson". Acerca de la película, de la presentación de la película más precisamente. Nosotros éramos Bart, y teníamos que ir en patineta, esquivando tachos de basura, yendo rápido para que el auto de la policía no nos atrapara. Si agarrábamos unas gaseosas, (las clásicas "sodas" norteamericanas), teníamos la posibilidad de hacer algún truquito con la patineta (un 360, un salto raro, etc.). En fin, la cosa era hacer la mayor cantidad de puntos para marcar con cincel nuestro nombre en una piedra en donde los campeones marcan resultados con siete ceros, cuando nosotros sólo conseguimos unos magros doscientos puntos.

Hete aquí que comenzamos a jugar, y encontramos la gracia en ver quien de los dos era mejor. Para mi pesar, Francisco picó en punta. Logró un puntaje insuperable: 250. Mis serios 180 no lograban ni respirarle cerca. Para colmo de males, al jugar una vida cada uno, logró superarse y alcanzó los 280. En realidad lo que pasaba era lógico: El jugaba en su casa, en cambio era mi primera vez. Por un momento pensé que me iba a ir a la tumba sin lograr vencerlo, pero decidí seguir intentándolo. Bah, estaba aburrido, no tenía nada que hacer, era eso o tirarme a dormir.

Un par de veces estuve cerca de la hazaña, le rasguñé su marca. Algo así como 235. Creí ver que Pancho transpiraba, quizás sólo era por el calor... Continué, hubo una vez que fue increíble, empecé agarrar todas las gaseosas, tenía como diez. Comencé a hacer los saltos, pero los que daban mayor puntaje (ahí había que apretar fuerte la barra espaciadora). No arrugué, puse coraje, no aflojé la velocidad, ya estaba cerca, era cuestión de mantener la calma y ponía las cosas en su lugar. Los más grandes tienen la obligación de ganarle a los más chicos. Y eso fue lo que en realidad pasó.

Miré el contador y había llegado a los 285. Observé por el rabillo del ojo a Francisco, conozco a los suyos, esas larvas diminutas no se aguantan perder. Utilizan toda clase de tretas malignas para evitar la victoria ajena. Temí un golpe en mi brazo que hiciera perder el control de mi patineta y me hiciera estrellarme contra el tacho de basura. Temí un golpe en las costillas que produjera el mismo efecto. Temí cosquillas. O hasta que desenchufara la máquina. Ustedes saben, los chicos son capaces de todo.

Pero no, cuando él vio que lo había superado, cambió la cara. Quizás estaba por ponerse a gritar, enojado del resultado. Pero no, fue distinto: Comenzó a alentarme: ¡Vamos, Primo, vamos!

Les repitó: Los más grandes tienen la obligación de ganarle a los más chicos. Y él si que es grande.

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