Así dicen los nenes:
Mi bandera es celeste y blanca.
Como las nubes y el cielo,
con un sol en el medio
de un día soleado.
A mí me encanta izar la bandera,
todas las mañanas en el colegio.
Por eso me pongo muy feliz,
cuando la seño me elige para hacerlo.
Me gusta verla a ella,
alta en el cielo
y ver como la mueve con el viento,
sin parar.
Pero no me gusta arriarla.
Porque es cuando acaba el día,
cuando el sol se esconde,
y el cielo se entristece.
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Así dicen los grandes:
Nuestra bandera.
Enarbolada por Belgrano,
una cálida mañana de febrero
en las barrancas del río Paraná
La reina del Plata,
orgullosa diosa del Olimpo,
se impone llena de coraje,
desafiando a todas las naciones.
Dichosos aquellos que izaron nuestra bandera.
Que lucharon en las guerras de la independencia,
que regaron con sangre, sudor y lágrima esta tierra.
Que sufrieron a cambio de lo mejor que se le puede dar a alguien:
La satisfacción por el anhelo cumplido.
Dichosos aquellos que izaron nuestra bandera.
Que trabajaron de sol a sol
para conseguir una magra retribución.
Que con su esfuerzo forjaron la patria
y amaron los frutos de su suelo.
Dichosos aquellos que no se dejan caer
aunque caminen por la cuerda floja.
Pues saben que el esfuerzo bien lo vale,
y que nadie les quitará el aplomo.
Malditos quienes arrían nuestra enseña.
Porque fomentan desunión y
prefieren su provecho al de todos.
Porque levantan falsas banderas,
escondiendo intereses mezquinos.
Malditos quienes ensucian la pureza,
y esterilizan tierra fértil
con odios revanchistas
e inútiles gritos histéricos.
Malditos quienes tienen oídos sordos.
Ojos ciegos y manos insensibles
son sus características.
Muecas grotescas son sus sonrisas...
¿Y tú, querido lector?
¿Caminas acompañado de la dicha?
¿O la desgracia siempre te acecha?